Ética para Amador: Patricia Gutiérrez


-Introducción-

La ética corresponde al arte de saber vivir bien. Y esto es lo que todos anhelamos, un vivir tranquilo, reconfortante, sin problemas, en fin, tantas características en las que no todos vamos a estar de acuerdo, puesto que somos seres individuales, con intereses específicos como comunes. Pero al fin y al cabo todos queremos vivir bien, y eso es lo que cuenta. Pero ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué nos es necesario saber para vivir como queremos sin pasar a llevar los intereses de los demás?
De esta y otras preguntas nos habla Fernando Savater, autor del libro “Ética para Amador”, quien nos refiere que no corresponde a un libro de instrucciones de cómo vivir, sino simplemente un compilado de información sobre formas de andar.
A través de un resumen y un análisis de cada capítulo, a continuación se presentan los aspectos más generales del libro mencionado, libro que, a opinión personal, me ayudó bastante con distintas interrogativas sobre la vida en sí misma.

Resumen General

La libertad es la capacidad del ser humano de optar entre lo que le conviene o no, elegir dentro de lo posible. Somos libres para responder a lo que nos pasa y no para elegir lo que nos pasa.
Todas nuestras acciones tienen un motor impulsador. Este es la motivación, y la hay de diversas naturalezas: una orden, una costumbre o un capricho, entre otros. Cada una de éstas tienen su propia fuerza que influye en nuestro actuar. Con cualquiera de las tres nos podemos ver acorralados, pero lo importante es que no nos dejemos llevar por ellas, sino que nos detengamos y analicemos nuestra motivación, y veamos si realmente es lo más conveniente o bueno. Sin embargo no es posible determinar qué es bueno, puesto que no hay un patrón de comportamiento para ser un buen humano. Hay que saber situarnos en el contexto, y según éste y todas las variables que rodean la circunstancia a analizar, determinar cuál es la mejor actitud a tener, o la mejor acción a realizar.
Libertad es decidir aquello que preferimos o que queremos, es decir, “hacer lo que uno quiera”. Pero es necesario no confundir entre lo que uno quiere y lo que a uno se le dé la gana, y esto se logra jerarquizando los “quereres”, estableciendo prioridades. Esto es “darse la buena vida”, y en esto se basa la ética. Averiguar cómo vivir mejor, y vivir bien entre seres humanos. Es también “dar la buena vida”. Determinar las cosas complejas de la vida y no las superficialidades y simplezas de la muerte. Y la mayor complejidad es tratar a las personas como tales, y a las cosas como cosas. Así recibiremos lo que las personas pueden dar (amor, amistad, respeto, etc.) y lo que las cosas pueden dar (asuntos materiales).
Hay en el mundo “imbéciles” que son aquellos que no viven la buena vida. Lo contrario a esta imbecilidad es la “conciencia”. Saber que no todo da igual, querer vivir bien y fijarnos si lo que hacemos nos lleva realmente a esto. Lo “malo” es lo que no nos deja vivir la buena vida. Y al escoger lo malo, sentimos remordimientos, que no es más que sentirnos culpables por usar mal nuestra libertad. Y muchas veces no nos hacemos cargo de nuestros actos. Es importante ser responsables de la libertad que tenemos, siendo conscientes en lo real de ésta, y que por medio de ella nos vamos transformando.
Dentro de esta responsabilidad está la necesidad de tratar a las personas con cuidado; intentar ponernos en el lugar del otro. Es tomar en cuenta sus derechos, y si faltan, comprender sus razones, tomarle en serio. Ver las cosas como el otro las ve, sin desplazarle y tomarle su lugar.
Libertad y responsabilidad ante los placeres, quienes enriquecen nuestra vida y nos da más gusto de ella, sin permitir que se vaya nuestro gusto hasta los extremos (cualquiera de los dos). Usar de ellos y no abusar. Y como mayor gratificación, obtenemos la alegría, un sí a lo que somos o lo que sentimos ser.
Y dentro de nuestra sociedad, existe un mecanismo que trata -en lo posible- de organizar la convivencia o el buen vivir de la comunidad. Esta es la política. Y a pesar que muchas veces no nos agrada, no debemos esperar que ésta cambie para que nosotros actuemos convenientemente. Siempre habrá bien para el que quiera bien, y mal para el que quiera mal.

Síntesis/Análisis

Capítulo I: De qué va la ética
En el mundo existe una gran diversidad de ciencias. Más no todas son imprescindibles. Existe un saber que sí es necesario para vivir, y este es el saber vivir. Y en éste no hay acuerdos unánimes, puesto que depende de los innumerables puntos de vista que existen. Sin embargo, sí hay un acuerdo, y es que nuestras vidas son el resultado de lo que uno quiera.
El ser humano, a diferencia de otras especies, no está programado para actuar de una forma específica, como los animales, sino que es libre para optar entre lo que conviene o no, decidir hacer o no hacer, ir o no ir, hablar o no hablar, matar o no matar; por lo tanto, tenemos también la opción de equivocarnos ante estas disyuntivas. No obstante, poseemos cierto grado de programación dado por la cultura que nos determina como individuos, pero aún ante esta imposición, somos capaces de decir sí o no ante estos patrones sociales. Siempre habrá más de un sólo camino a seguir.


Respecto a la libertad, se puede establecer dos aclaraciones:
1º No somos libres de elegir lo que nos pasa, sino que somos libres para responder a lo que nos pasa de diversos modos.
2º Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indudablemente. Libertad no es alcanzar todo lo que se quiere, sino elegir dentro de lo posible. Así, mientras más capacidades tengamos, mejor provecho se saca de nuestra libertad.
Existen fuerzas que limitan nuestra libertad, pero la libertad en sí es nuestra fuerza en el mundo. Y no hay ninguna persona en el mundo que pueda negar que sea libre.

Análisis
Ciertamente la libertad es una de las más grandes diferencias que tenemos como humanos frente a los animales. El poder de decidir frente a la gran gama de opciones que se nos presentan nos lleva a tener una actitud de sobreestimación entre las especies, sin embargo, al momento de tener que escoger –irónicamente- nos vemos acorralados y presionados por esquemas socioculturales en los que nos vemos insertos. No quiero decir que esto ocurra con todos, sería generalizar, y en nuestro mundo esto no es posible. Pero independiente del número, siempre habrá un grupo que no deje de actuar según la mayoría. De todas maneras podemos aseverar que tendrían libertad al decidir escoger seguir estos esquemas, por lo tanto la afirmación del autor respecto a que nadie cree de veras que no es libre, puede ser en sí correcta. No obstante, en forma personal pienso que existe un error en esta frase, específicamente en la palabra creer. Es posible que sí, todos somos libres, pero no todos lo creen. Podemos pensar en las tribus africanas, donde los patriarcas dirigen la comunidad conforme a los ritos y costumbres heredadas, y donde los más jóvenes se ven sometidos a los estrictos tratos de sus padres, y que estos a su vez se ven sometidos a sus jefes tribales. Allí, según mi opinión, no habría consciencia de libertad.

Capítulo II: Órdenes, costumbres y caprichos

La libertad de decidir ante circunstancias donde no quisiéramos hacerlo, es otro tema del que hablar. Ante ciertos hechos de la vida, trágicos o no, tenemos el deber de escoger una opción sin más alternativas. Es en estos casos cuando debemos elegir lo que más se quiera, o lo que más convenga. Así la libertad se ejerce porque no se tiene otra opción.
Otras ocasiones elegimos sin siquiera meditar en esto, ocurriendo esto generalmente en las acciones cotidianas del día. Es por esto que es posible reconocer que ante cada accionar, tenemos una motivación por delante. El motivo es la razón que se tiene para hacer algo. Y existen por lo menos cuatro: actuar por órdenes, por costumbre, por capricho, y los motivos funcionales. Los tres primeros inclinan la conducta en una dirección, explican la preferencia frente a nuestro actuar. Y cada uno de estos tiene su propio peso de obligación. Las órdenes sacan su fuerza en el miedo a las represalias por desobedecer, o del afecto y confianza frente a la autoridad que impone la orden, o quizás de la recompensa que se obtiene al acatar. Las costumbres sacan su fuerza de la comodidad de seguir la rutina y para no contrariar a otros. Así pues, tanto las órdenes como las costumbres son impuestas externamente. Mientras que los caprichos son internos.
Respecto a estas motivaciones, y poniéndonos en casos extremos, podemos vernos acorralados con cualquiera de ellas. Muchas veces nos preguntamos si será correcto seguir las órdenes o no (hasta qué punto es aconsejable obedecer); o será necesario seguir la rutina de todos los días (que sólo sirve para seguir un camino ya transitado, cuando en ciertas ocasiones es necesario abrir uno nuevo…). O los caprichos, al decidir según estos, sólo nos harían ver como seres irracionales, cuando lo más sensato es acertar con la conducta más conveniente, y esto es según lo racional.

Análisis

Parece una idea irónica el decir que seguimos siendo libres al tener que decidir en situaciones que realmente no queremos hacerlo. Si esto es así, entonces no habría una libertad general, sino que sólo momentos o situaciones específicas en las cuales ejercerla. Porque si no queremos tomar una decisión, ¿Por qué hemos de tomarla? ¿Sólo porque no queda otra opción? Es en este dilema en el que el autor nos refiere lo siguiente: “se es libre porque no queda otro remedio que serlo, libres de optar en circunstancias que no se ha elegido padecer”. Queda claro entonces que realmente jamás dejamos de ser libres, sólo que la presión de decidir ante un problema nos hace sentir de tal forma acorralados y presionados que nos vemos coartados de nuestra voluntad, y lamentablemente como consecuencia de este sentimiento de limitación nos lleva a actuar erróneamente, provocándose los resultados de los que luego nos arrepentimos. Es importante, por lo tanto, detenernos a reflexionar y analizar las distintas opciones que se nos presentan ante una decisión que tomar, saliéndonos un poco de la situación para mirarla de afuera y revisar todas las aristas que lo conforman.

Capítulo III: Haz lo que quieras
Libertad es decidir, y darse cuenta de que se está decidiendo. Es lo opuesto a dejarse llevar. Y para no dejarse llevar debemos hacernos dos preguntas: 1º Cuál es el motivo de mi acción. 2º El porqué tengo esta motivación para actuar. Es necesario plantearse estas preguntas porque no siempre la orden, la costumbre o el capricho serán las motivaciones más convenientes para actuar. Nunca una acción es buena sólo por ser una de estas tres. El dejarnos guiar por ellas debiera de darse al ser un niño, quien no tiene aun el conocimiento de la vida y la realidad, dependiendo de otros que velan por él. Pero ya adultos, tenemos la capacidad de crear nuestra propia vida, y no dejar que otros elijan y busquen por uno mismo (obviamente siempre tendremos algo que se nos imponga, y no podremos poner objeción). Por esto nuevamente vemos que es necesario pararnos y pensar más de una vez lo que hacemos.
La moral se relaciona con las costumbres y con las órdenes. Pero no siempre estas últimas son buenas, o también dicho, convenientes. Hablar sobre lo que es bueno requiere definir qué es bueno. No sólo se refiere al calificativo de bondadoso o caritativo, sino también a lo conveniente, como son las características de ciertos productos materiales. En nuestra cultura, las personas que reciben el calificativo de buenas, corresponden a aquellas mansas, dóciles y no problemáticas criaturas, que jamás llevan la contraria. También reciben esta distinción los resignados, pacientes, emprendedores, etc. Entre tantas definiciones es difícil establecer el significado en sí de la palabra bueno en la persona, y esto es resultado del desconocimiento de la función del ser humano. Y es que ni siquiera es posible atribuirle una virtud específica, como la honestidad. Por lo tanto, no existiría un único reglamento para ser un buen humano. Podemos serlo en diversas ocasiones, pero de ahí a determinar por fuera quién es o no alguien bueno es casi imposible, porque debería analizarse aun las mismas intenciones, contexto y consecuencias de los actos, y esto no es muy provechoso.

Análisis
Realmente la palabra “bueno(a)” es muy usada en la cotidianeidad, y es que creo que como humanos tendemos bastante a la generalización. Sólo nos basta con ver en alguien ciertas virtudes que nos parecen dignas de alabar, para definirle como alguien bueno. Quizás de esta forma se nos hace más simple la vida, y así no nos trastornamos mentalmente al querer investigar más allá de las buenas actitudes y encontrarnos con cosas que jamás hubiésemos querido averiguar. Por ejemplo, un niño ve en sus padres personas sabias, buenas, incomparables, sin errores, etc. Pero nada más basta crecer para que nos percatemos que también tienen defectos, que aquello que parecía tanta calma en la familia no era más que una ilusión. Ya no son los padres buenos que creímos tener. Y no sólo sucede con ellos, sino con todos quienes nos rodean. Preferimos cerrar los ojos y simplemente ver lo que queremos ver, con pensamientos positivos frente a los sucesos y con miedo a conocer la realidad. Sin embargo, no sólo damos ese paso de aceptación de los defectos de los otros en nuestra vida, sino también de los propios. Y una vez que reconocemos que también erramos, entonces logramos comprender que el ser bueno no sólo es ser caritativo, sino que comprende diversos aspectos casi imposibles de medir, como lo refería el autor. Ahora bien, al no tener un patrón de conducta de bondad, entonces es imposible definir quién es bueno o no. Por lo tanto, nos quedamos en lo que ya conocemos, y así nuestra vida se hace más simple.

Capítulo IV: Date la buena vida.

La frase “haz lo que quieras” pareciera en todo sentido contradictoria respecto al significado de libertad. Lo mismo sucede, por ejemplo, el someterse a una tiranía. En todo sentido somos libres, aunque seamos esclavos, porque estamos actuando como escogimos. Así la libertad responde a la definición de decidir aquello que preferimos o que queremos. Pero debemos tener cuidado de no confundir esto con los caprichos, donde se hace lo que se da la gana. En estos caprichos también se hace lo que se quiere pero de forma más superficial, no meditada, o sea lo que se viene a la mente, y muchas veces esto lleva a malas consecuencias. Nuevamente se vuelve al tema sobre el pensar más de dos veces nuestros deseos, el querer hacer algo, frente a lo que se me ocurre en el momento. Necesitamos establecer prioridades y/o jerarquías frente a lo que se quiere ahora y a lo que se quiere de fondo.
El hacer lo que se quiera se relaciona con el darse la buena vida. En esto se basa la ética; en averiguar cómo vivir mejor. Y el tener esta buena vida debe hacerse entre seres humanos, porque si poseemos todo aquello material que anhelamos, pero como consecuencia nos aleja de las personas, entonces no sería una buena vida humana. Y es necesario vivir entre humanos, porque entre nosotros mismos nos hacemos. El hombre es una realidad cultural. No nace siendo hombre, sino que se construye con aprendizaje y con el lenguaje, que es la base de la cultura. La humanización es un proceso recíproco. Para que me hagan humano, debo hacer de los demás humanos. Entonces, el darse la buena vida, tiene que ver con dar la buena vida.

Análisis
Leyendo este capítulo es posible comprender la frase hacer como quiero sin tener que alterarse por lo superficial que suena en primera instancia. Y es que estamos tan acostumbrados a creer que esta “orden” o enseñanza de vida sólo nos llevaría al caos… sin embargo, analizando el punto de tener en cuenta qué es lo que se quiere, qué es lo que nos motiva, y si es jerárquicamente prioritario en nuestro querer hacer, podemos eficazmente tomar esta frase y aplicarla a nuestras vidas (si es lo que escogemos libremente). En este sentido, si reflexionamos antes de actuar, no tendríamos porqué pasar a llevar la libertad de los demás, puesto que en nuestro desarrollo como seres humanos esperamos que se nos trate como tal; entonces, sí es posible hacer lo que uno quiera, construir su propia vida, y a la vez ayudar a construir la de los demás, como proceso de humanización. Ante esto, ¿no estamos dando cabida a que otros construyan nuestra vida, limitando nuestra libertad de escoger? Suena esto contradictorio, pero nunca llegaremos a convertirnos en seres humanos con todas sus cualidades (incluyendo la libertad) si no hay un previo proceso de desarrollo y enseñanza que nos diga que sí somos realmente libres. Por lo tanto, se vuelve una paradoja.

Capítulo V: ¡Despierta, baby!
Todos sabemos lo que queremos: darnos la buena vida. Pero no sabemos en qué consiste. Podemos tener deseos de varias cosas, pero generalmente son cosas simples, específicas, y no aquello que nos interesa, lo general, lo profundo de nuestras vidas, donde se conjuga nuestra vida con la de los demás, el futuro, las relaciones, etc. El ejemplo de Esaú nos enseña que la inminencia de la muerte nos hace poner los ojos en las cosas simples, puesto que se sabe que en cualquier momento se muere. Pero la vida nos lleva a ver las cosas complejas, y es en esto en lo que necesitamos pensar al querer darnos la buena vida. Y la mayor complejidad de la vida es tratar a las personas como tales, y no como cosas (tomar en cuenta lo que quieren o lo que necesitan, y no lo que pueda sacárseles). Y como no somos cosas, necesitamos aquello que las cosas no pueden darnos (amistad, respeto, amor). Al tratarles como cosas, sólo les sacaremos cosas, como dinero. Y si sólo consigamos dolor, traición o abuso al tratar a otros como personas, al menos contamos con el respeto de una: nosotros mismos.
Lo importante es que al definir nuestro rumbo no nos debe importar lo que los demás piensen, dándoles el gusto al tener todo lo que erróneamente se piensa que hace feliz (hablando de las cosas materiales), sino pensar en nosotros mismos, y en aquellas cosas que realmente nos llevan a vivir bien (aquello que sólo las personas pueden dar). ¿Quiere decir esto que prescindamos de las cosas? No. Lo que quiere decir es que a las cosas las tratemos como a cosas y a las personas como a personas. Así ambas nos dan aquello que pueden darnos.
Saber poner atención, reflexionar sobre lo que se hace y ver el sentido de la buena vida deseada. Así, la moral se entiende por comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no, qué es lo que puede hacerla buena para nosotros. No querer aparentar ser buenos para los demás, sino tratarlos como lo que son: personas.


Análisis
¡Cuántas veces no se ha transformado en una tortuosa interrogante el querer saber qué es lo que realmente queremos! Es que siempre estamos queriendo algo. Nunca nos sosegamos de anhelar, querer, desear. ¡Pero generalmente estos anhelos son cosas tan superfluas! Por esto es que cuando lo obtenemos, no nos quedamos satisfechos y seguimos queriendo otras cosas. Y esto se explica en esa palabra. Cosas. No son más que simples e inertes cosas. El mundo nos ofrece un sinnúmero de asuntos materiales, y que además los pintan de una manera llamativa e importante. Pero nosotros somos personas, y no cosas, y necesitamos de los demás para sentirnos como tal. De ahí la necesidad de integrarnos a grupos, formar una familia, de la importancia de tener al menos una red de apoyo en la cual sostenernos o acudir en caso de necesidad. Porque en esencia, de eso nos componemos. Cuerpo, alma y espíritu, seres íntegros donde no cabe el asunto material de manera principal (no quiere decir que no necesitemos de las cosas). Sino que esto es añadido, lo que nos ayuda a tener un vivir más cómodo. Pero no podemos vivir sólo de la comodidad. Es necesario entonces saber vivir, saber dejar vivir, y saber convivir.

Capítulo VI: Aparece Pepito Grillo
El imbécil es aquel de espíritu débil, inestable de ánimo, quien necesita de un bastón para caminar. Los hay de diversos tipos: quien cree que todo le da igual; quien cree que lo quiere todo a la vez; el que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo; el que sabe qué y por qué quiere, pero con miedo, y nunca hace lo que quiere; y el que quiere con fuerza pero engañado a sí mismo sobre la realidad. Estos necesitan apoyarse de cosas externas, no relacionadas con la libertad y la reflexión propia, y que al final no viven la buena vida, sino que se fastidian a sí mismos.
Lo contrario de esta imbecilidad moral es tener conciencia. Y ésta es adquirida innatamente, como también es posible de desarrollarse con la práctica. También se ve favorecida por la situación socioeconómica, especialmente por el trato que se ha recibido. Sin embargo, todos tenemos un “grado de conciencia” capaz de aplacar la imbecilidad moral. Y esto se basa en lo siguiente: Saber que no todo da igual, porque queremos vivir humanamente bien; estar dispuestos a fijarnos en si lo que hacemos es lo que de verdad queremos o no; desarrollar el buen gusto moral a base de práctica; y renunciar a las coartadas que disimulan nuestra responsabilidad frente a las consecuencias de nuestros actos (libertad).
El decir que está mal lo que llamamos malo se refiere a lo que no nos deja vivir la buena vida. Esto parece egoísmo puro. Lograr querer lo que se quiere, incluso pasando a llevar a otros. Pero hay egoístas que no necesariamente son imbéciles, y estos son los que quieren lo mejor para sí mismos. Y lo mejor es la buena vida. Este es el egoísta consecuente, quien sabe lo que quiere y se esfuerza por lograrlo. Mientras que el egoísta imbécil necesita conciencia para que se fije más en lo que le conviene, y no termine odiándose a sí mismo. Por dentro se consideran buenos, pero sus actos no lo demuestran. Necesitan amarse a sí mismos, y exteriorizar su verdadero yo.
Una palabra que se relaciona con la conciencia es el remordimiento, donde uno se lamenta del mal obrar (con miedo o no a las consecuencias), dándonos cuenta que con esto ya estamos siendo castigados al estropearnos a nosotros mismos voluntariamente. Y este remordimiento nace de la libertad. Al ser libres, escogemos, por lo tanto, somos responsables de nuestros actos. Por lo tanto, el remordimiento no es más que el sentirnos descontentos con nosotros mismos cuando hemos usado mal la libertad. Ser responsables es ser libres, afrontar las consecuencias, enmendar lo malo y aprovechar lo bueno. Sin embargo, nos vemos rodeados del pensamiento que nos lleva a delegarnos de nuestra responsabilidad. Siempre tenemos un culpable ante nuestros malos actos. Siempre hay algo irresistible que nos lleva a errar. “No somos nosotros, sino nuestra sociedad, la propaganda, la forma en que me criaron”. Este pensamiento sólo nos lleva a ser esclavos de lo irresistible, y fue inventado justamente por quienes le temen a la libertad. Es verdad que estamos en un mundo que no favorece nuestro buen vivir, pero aquí va la palabra virtud, derivada de la palabra viril, la fuerza que se necesita para imponerse contra la mayoría, la fuerza que necesitamos para alcanzar nuestro buen vivir.
Entonces, responsable es aquel que es consciente de lo real de su libertad, en el sentido de creer verdaderamente que se es libre, y además creer que se puede tomar decisiones sin que nadie le dé órdenes. Responsabilidad es saber que mis actos me construyen, y al elegir lo que voy a hacer, me voy transformando. Entonces, si obro bien, cada vez será más difícil obrar mal, por eso es necesario escoger vivir bien.


Análisis
“La recompensa de la acción virtuosa es haberla realizado”. Esta frase es tremenda. A pesar que no muchos la comparten, pero en el interior de cada uno sabemos que es así, o al menos que es mejor pensar en esto antes que frustrarse por no haber sido retribuidos por una buena acción. Pero es que si entendiéramos que las buenas acciones debieran de surgir por la elección de vivir bien, y que su recompensa está en que obtenemos lo que todo ser humano anhela (el buen vivir), no cavilaríamos como imbéciles morales, o como egoístas imbéciles. Saber decidir correctamente, ser responsables de nuestros actos y tener conciencia de que a través de estos nos construimos como personas (y a la vez construimos a otras), nos haría verdaderamente personas virtuosas. Pensando en este punto, es muy difícil encontrar a una persona con tales características, pero sí es posible encontrar a personas que, batallando con fuerza ante la tentación de lo irresistible y la presión de la mayoría, buscan su buen vivir por ende el de los demás. Al menos vale la pena el intento.

Capítulo VII: Ponte en su lugar.
La ética se preocupa de cómo vivir bien la vida humana, o sea, entre seres humanos. Si uno no sabe de ética, lo más seguro es que se pierda la esencia de humano en su vida.
A pesar que como seres humanos tenemos muchas semejanzas entre nosotros, nunca sabremos de antemano cómo comportarnos ante alguien que no conocemos. Porque podría ser esta una persona pacífica, como también un asesino. Entonces, ¿qué actitud tomar respecto a ellos? La actitud a tomar es siempre tener consciencia que tratamos a otro ser humano. No importa lo malos que sean, nuestra humanidad se refuerza con la de ellos.
Los seres humanos nos somos útiles. Nada nos viene mejor que otro ser humano, y aquí viene el concepto de amor. Esto nada lo puede comprar. El tratar a las personas con cuidado, nos confirma que no somos cosas. Somos frágiles, los más frágiles de la creación. Sin embargo, hay gente que no trata con cuidado, sino que roba, miente y mata. Ante estas personas, es importante saber: 1º a pesar de lo que hagan, siguen siendo humanos. Si no se comportan de la mejor forma, al ser humanos tienen la posibilidad de transformarse a la mejor forma. 2º Nuestra capacidad de imitación. Lo mejor es mostrar amistad y buen ejemplo para que los demás lo imiten, antes que pagar con la misma moneda a la enemistad y la locura.
Las personas que solemos llamarles malas son así simplemente porque son desgraciadas. Se comportan así por el miedo, soledad, o por carecer lo que muchos tienen. O por verse tratados sin amor ni respeto. Al tratar a los demás como enemigos o víctimas no es en absoluto beneficioso. Sólo se consigue obtener materiales (cosas), siendo que lo mejor que se puede obtener del otro es la complicidad y afecto de ser más seres libres, o sea la ampliación y refuerzo de nuestra humanidad. Además, el primer perjudicado cuando se intenta perjudicar a alguien, es uno mismo.
Tratar a las personas como personas consiste en intentar ponerse en su lugar, comprender desde dentro, adoptar su punto de vista por un momento. Saber que, a pesar de todas las diferencias que poseamos, somos humanos, y que estamos dentro de cada uno de nuestros semejantes. Reconocer esto frente al otro, nos llevará a comprender su interior, puesto que nada de lo que es humano puede parecernos ajeno. Va más allá de comunicarse: es tomar en cuenta sus derechos; y cuando estos faltan, hay que comprender sus razones. Derecho humano, a que alguien se ponga en su lugar y le comprenda. Tomarle en serio, considerarle tan real como a uno mismo. Relativizar el interés propio para tomar el interés ajeno. Y esto es saber que nuestros intereses se relacionan con la realidad de los demás, no es algo propio. Sólo hay un interés absoluto: el ser humano entre los humanos. Al ponerse en el lugar del otro, no sólo se atiende a sus razones, sino que se participa de sus pasiones y sentimientos, dolores, anhelos y gozos. Pero no significa que siempre se le dé la razón, ni tratarle como si fuese idéntico. Es ver las cosas como él las ve, y no desplazarle y ocupar su sitio. Y tratar de actuar de esta forma se relaciona con la virtud de la justicia, que es la habilidad y esfuerzo de cada uno por entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros. Y para entender esto, es necesario amar al otro, aunque sea un poco, aplicando así una compasión justa o justicia simpática, sabiendo que nada puede imponer (ni siquiera la ley) el amarnos los unos a los otros.


Análisis
Al leer este capítulo, no pude dejar de pensar en un lactante y un preescolar. Según las teorías del desarrollo, estos niños se encuentran en una etapa en la que se destaca el egocentrismo. Sólo existe su mundo, todo lo explican desde su propio punto de vista, no tienen consciencia de la realidad de otros y, como la palabra lo dice, creen que son el centro de todo, protagonistas de la historia relatada. Conociendo ya el sentir del autor respecto al ponerse en el lugar del otro, ¿no estamos todos entonces en un retraso de nuestro desarrollo, al quedarnos fijados en esta cualidad tan individualista? Porque si lo que sostiene el autor es cierto, que esto es la base fundamental de la ética, y a la vez analizamos nuestra sociedad y su afán por hacernos cada día más autosuficientes y egoístas, entonces no estamos llevando una vida de ética, por lo tanto un buen vivir. Pero como ya sabemos, siempre hay excepciones de quienes usan la virtud para luchar contra lo irresistible. Y también es cierto que, dentro de estas excepciones, hay muchos intentos que fallan por la simple confusión de la palabra empatía. Muchas veces intentamos ponernos en el lugar del otro, pero en el intento perdemos el sentido y, como lo refiere el autor, sacamos al otro de su lugar y ocupamos su sitio. O vice-versa. Por ende es necesario que comprendamos como sociedad la importancia y el placer que surge al relativizar nuestros intereses para ver el de los demás, sabiendo que si somos capaces de buscar nuestro buen vivir, y a la vez comprendiendo el vivir de los demás para ayudarle a obtener su buen vivir, obtenemos lo que sólo los humanos podemos entregar, y que ninguna cosa puede reemplazar.

Capítulo VIII: Tanto gusto
Uno de los más viejos temores sociales del hombre es el miedo al placer. Y este se produce porque nos gusta demasiado. Y por ser demasiado, nos puede llegar a distraer más de la cuenta, y esto no es conveniente. Por esta razón que el placer se ve envuelto entre tantas precauciones sociales. Existen personas que disfrutan no dejando disfrutar. Estos son los puritanos, quienes creen que la señal de que algo es bueno es cuando no nos gusta hacerlo. Si lo pasan mal, significa que están viviendo bien. Son los guardianes de la moralidad, aunque el puritanismo es todo lo contrario a la ética. El placer en sí no es malo. Pero no significa que se deban buscar hoy todos los placeres de la vida, sino buscar todos los placeres de hoy. Saber disfrutar con lo que nos rodea. Usar los placeres de la vida, quiere decir que tenemos cierto control sobre ellos, y no que ellos nos dominen a nosotros. Al usarlos, enriquece nuestras vidas y nos da más gusto de ella. Se diferencia del abusar de los placeres, en que estos empobrecen la vida y apartan de todo lo demás. Se gira en torno a ese placer, y éste nos hace escapar de la vida, nos refugiamos en él y ya no nos da un gusto de ella.
El placer nos lleva a experimentar una muerte de la rutina y corazas que llevamos, para luego renacer más fuertes y animosos. Pero en extremos, nos lleva a la muerte literal de nuestra humanidad. También es posible reconocer ciertos “placeres” que suponen un peligro, donde el gusto está en el morir, y esta muerte va abarcando lo que somos, la esencia del hombre. En este caso, hablamos de un castigo que se disfraza de placer.
La mayor gratificación que podemos obtener de la vida es la alegría. Esta es un sí a lo que somos o a lo que sentimos ser. Todo lo que nos produce alegría se encuentra en el camino correcto. El placer es sano cuando su objetivo es contribuir a la alegría. Y la alegría es la experiencia de saber aceptar el placer y el dolor, la muerte y la vida. Y esto se relaciona con la templanza, la capacidad de no ir del gusto al disgusto. Actualmente se abusa de este término. Las personas robots se privan a la fuerza de las cosas, por lo que más les atrae, y más se entregan a los placeres con mala conciencia, dominados por el placer de sentirse culpables. Cuando estas personas gozan hacer estas cosas por creerlas como crímenes, lo que realmente desean es un castigo y no un placer. Estos son lo “rebeldes” que desean que les castiguen por ser libres, impidiéndoles quedarse a solas con sus tentaciones. A diferencia de esto se encuentra la templanza, que es la amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar.

Análisis
¡Que extraña y particular es la naturaleza humana! Considerar más apetecible o tentador aquello que es prohibido, en vez de disfrutar con sana conciencia lo que es bueno, sano, o moral. Y si dentro de lo que es moralmente normal se encuentra un placer que desea, pues le da la connotación de tabú y entonces se ve más llamativo. Cada día nos ofrece oportunidades que aprovechar o gozar, sin importar lo rutinario o simple que parezca. El mero placer de sentarse en una plaza una tarde de primavera, sintiendo el viento en el rostro y ver a los niños correr en el césped. El placer de tomar un refrescante helado en el día más caluroso del verano. El placer de perder la mirada en los ojos del ser amado, sin límites de tiempo. El placer lo podemos encontrar desde los actos más criticados por la sociedad, hasta en los aspectos más cotidianos de cada día. Sólo que no nos detenemos a pensar que es posible disfrutar de los placeres que se nos ofrece en el aquí y en el ahora. ¿Será el ritmo acelerado de nuestra vida que no nos deja mirar los detalles del camino? ¿O simplemente el morbo llega a tal punto que nos incita a otorgarles erróneas connotaciones a estos placeres para que aumente su llamativo? Decidir cambiar esta tendencia social sería una idea casi imposible de lograr. O quizás sí, en unos cien años. Pero, ¿qué perdemos con intentarlo?

Capítulo IX: Elecciones generales
La ética y la política se relacionan enormemente. La ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; mientras que el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Ambas tratan el buen vivir. Y todo aquél que se preocupa por el buen vivir, no puede dejar de lado la política. Sin embargo, ambas se diferencian en lo siguiente: la ética se preocupa por la libertad de uno mismo, mientras que la política por la coordinación de la libertad de muchos. La ética vela por el querer bien, y la política por los resultados de las acciones.
La ética no puede esperar a la política. A pesar de que un sistema político sea el peor de todos, la responsabilidad final de cada acto la tiene cada uno. Siempre habrá bien para el que quiera bien, y mal para quien quiera mal.
Aspectos sobre el ideal de organización política: a) El sistema político deberá respetar al máximo, o limitar mínimamente las facetas públicas de la libertad humana (sabiendo que de esta parte la base de la ética). b) Que el sistema político fomente la justicia entre los miembros de la sociedad (ponernos en el lugar de nuestros semejantes y relativizar nuestros intereses para armonizarlos con los suyos). La única excusa que haya para limitar la libertad, incluso por la fuerza, debe ser infringir este principio. Es decir, todos aquellos que traten a las personas como cosas. La condición que puede exigir cada persona de ser tratado como semejante a los demás, se llama dignidad. Todo ser humano tiene dignidad y no precio, por lo tanto no se le debe maltratar con el fin de beneficiar a otro. c) Y por último, debe otorgar asistencia comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos pueden ayudarse a sí mismos.


Análisis
Como personas civiles tratamos de mejorar el mundo en el que estamos, criticamos lo que se ha hecho, menospreciamos las ideas de otros, otras veces las valoramos, pero no hacemos nada por ellas. Reprochamos la labor de los políticos, sin embargo no nos interesa participar de la política en sí. El número de votantes jóvenes sigue siendo mínimo. El apoyo de la gente respecto al gobierno de los presidentes disminuye cada año que rigen. Pero aún esperamos y exigimos nuevos cambios. ¿No será mejor comenzar por un cambio interno, de cada individuo, para que así el colectivo demuestre una nueva mentalidad y forma de vivir? Es verdad, siempre habrá personas que intentan, a través de su ejemplo, contagiar en los demás su forma del buen vivir. Si esto se diera en todos nosotros, no terminaría nunca la ceremonia de nominación para el Premio nobel de la paz. Pero como humanos idealistas, siempre esperaremos que nuestro presente sea un mundo justo, que nos brinde libertad y ayuda en caso necesario. Y para esto, realmente nos hace falta un mayor interés por la política, puesto que es justamente la herramienta que poseemos para lograr esos cambios que tanto anhelamos.

-Conclusión-
Alrededor de nuestras vidas, experimentamos distintos sucesos. Algunos muy gratos, dulces y reconfortantes; otros amargos, dolorosos, cansadores. A esto es lo que llamo, los sabores de la vida. Saber que cada paso que damos marca una huella en el camino, y que no fue hecha en vano, sino que para conformar el entretejido que a más de una persona servirá como ejemplo a seguir, o como error a evitar. De todas maneras, servirá de algo. El servir para algo es una de nuestras mayores preocupaciones. Somos, en parte, seres prácticos. Si no hacemos algo que produzca frutos, entonces nos frustramos, o simplemente no nos sentimos parte de este conglomerado grupo productor de frutos. Por eso nos preocupamos de que nuestras huellas lleven a un sentido lógico, y que no simplemente se pierda el rastro. Pero ¿por qué no disfrutar del camino? En uno de los análisis expuestos, no pude dejar de referirme a este tema. Y es que la vida nos presenta detalles que sólo con la debida atención y reflexión a nuestro alrededor seremos capaces de observar, y porqué no, de vivirlos. Así en este libro, del cual el autor nos refiere que no corresponde a un “libro de ética”, nos enseña que la ética no es más que el arte del buen vivir, por tanto un saber imposible de ignorar. Sería como negarse a abrir el cofre que contiene la cura contra el SIDA. O mejor dicho, las recomendaciones de cómo evitar el SIDA. Y en este caso se dirán, ¡Pero si ya está claro cómo prevenir esta enfermedad! Por lo que ante esto nos podemos responder que también está claro como obtener nuestro buen vivir. ¿Qué es lo que hace falta entonces para comenzar a gozar de este interés? Lo que necesitamos es simplemente la conciencia de libertad. La fe propia de creer que realmente somos libres de crear nuestras vidas, y que en definitiva eso es lo que hacemos, sólo que a ojos vendados. Quitémonos pues las vendas y detengámonos por un momento en el camino, aunque sólo sea para mirar y respirar profundo, y decirnos sin temor: sí, realmente soy libre.

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